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sábado, 23 de mayo de 2015

era un domingo...



...al escribir siempre me siento intoxicada.
Me maravilla la compañía del poeta y no soporto el silencio de los inocentes, las palabras de amor que exaltan lo inexistente.
Una felicidad absurda y un sentimiento sobre los unos y los otros, lo que el mundo prohibe, seguros de todo lo que hacen y dicen, cuando  preguntan me voy alterando y  puedo decirles en voz alta, ¡CALLAD IDIOTAS!
Todo intento de acercarse al saber insabido, no los toca.
La soledad es para el poeta patrimonio de rufianes.
Con nadie se acoplan, tengan hijos o no, porque tampoco tienen relaciones sociales, otros compañeros de ruta, que inevitablemente frente a un hombre culto, se multiplicarían.
Cuando escriben, no dicen nada, no tocan jamás con sus versos a ningún hombre verdadero, a nadie, pero eso sí, levantan la voz y hasta aturden con esa altanería con la que la Poesía no acuerda, Ella, la Poesía, en nada se les parece y poco deja que vivan en sus tierras los indignos.
Decía Freud: "no podemos convocar a los dioses del averno sin interrogarlos"
Ignoran que la multitud no odia, odian las ninorías, porque conquistar derechos provoca alegría, mientras que perder privilegios provoca rencor.
El loco habla, asocia todo el tiempo libremente, es insoportable.
El silencio estando con otros, tiene que ver con el instinto de destrucción. Esa manera de ocultar o creer que hay cosas que se dicen y cosas que se callan. Y no hablan de la vida, ni la de ellos, ni la de otros, porque desconocen que el viento hace a la historia de los hombres y a la poesía.
Decía Bukowsky: "la mayoría de los editores, pensaban que todo lo que era aburrido, era profundo"
No, no, no nosotros, elásticos generadores de deseos, no nosotros.

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